Hace un mes que la contaminación de la ciudad de la luz fue noticia principal de nuestros telediarios. Para los que no la recuerden, a mediados de marzo y debido a una ola de calor sin lluvia, las tasas de polución llegaron a tales niveles que las autoridades parisinas decidieron restringir la circulación de vehículos de combustión por las calles del centro de la ciudad por unos días. Limitaron incluso su acceso en función del número de matrícula (alternando el acceso un día a las matrículas pares y otro a las impares), algo que no ocurría en París desde una situación similar en 1997. Además, los 2.115 coches eléctricos públicos, los llamados Autolib, fueron de uso gratuito durante la pequeña crisis ecológica. Surgió tanto efecto que se registró un aumento del 60 por ciento en su uso entre los abonados. Normalmente estos coches pueden usarse con un abono anual de 120 euros más 5,5 euros por cada 30 minutos, se pueden aparcar en 867 estaciones urbanas y alimentarse en 4.540 puntos de carga eléctrica distribuidos sólo en la capital. A esta medida se sumaron otras actuaciones de urgencia como dejar en los garajes todos los vehículos municipales y herramientas de mantenimiento que no fueran eléctricos y estrictamente indispensables. Incluso la ministra de Justicia, Christiane Taubira, llegó en bicicleta con sus dos escoltas para visitar al presidente François Hollande en el Elíseo. Todo un ejemplo a seguir, y también, un catalejo con el que mirar el presente. Los vehículos eléctricos tomaron París para evitar que los coches de combustión contaminaran más el aire de una urbe cuyos pulmones casi dejan de funcionar. Se tomaron medidas de urgencia porque se consideró que la situación era de crisis extrema, pero… ¿no son el calentamiento global y la polución medioambiental una situación de crisis constante? Que París sea el espejo y no se pierda la conciencia.