Algo para entretenerse en pleno agosto, con el calor derritiendo las aceras, las neveras llenas de cerveza y los cuñados más activos que nunca, dispuestos a evangelizar desde su silla de playa sobre “cómo va el mundo del motor”. Y ahí, entre toldos, paellas y siestas sudorosas, surge el clásico de todos los veranos: “Eso de los coches eléctricos… son lavadoras con ruedas”.
Sí, querido cuñado. Lavadoras con ruedas. Porque todos sabemos que tu diésel del 2005, con más kilómetros que la sonda Voyager, es la cúspide de la ingeniería moderna. Esa joya que emite una sinfonía de óxido de nitrógeno al arrancar y que necesita media hora de calentamiento antes de subir a la autopista. Esa máquina que consume más aceite que gasolina porque, claro, “lo bueno es que se nota el motor, que vibra como Dios manda”.
La gracia del apodo de lavadora es que pretende ser un insulto, pero lo que describe es precisamente lo que todos queremos: silencio, eficiencia, cero humo y que funcione sin darnos problemas. ¿O acaso alguien se queja porque su lavadora no hace brum-brum y no huele a gasóleo?
El problema es que para el cuñado “petrol”, la emoción de conducir está en el rugido del escape, el cambio manual “para sentir el coche” y la visita mensual al taller porque “así son las máquinas de verdad”. Y cuando ve un eléctrico, que acelera más rápido que su deportivo de revista, que no necesita aceite ni bujías, que se actualiza por internet y que carga en casa mientras duerme, le entra el síndrome de la termomelancolía: nostalgia por una época donde contaminar era un signo de masculinidad y la nube negra del tubo de escape era casi un perfume.
Pero aquí está la verdad incómoda:
Los eléctricos no son el futuro, este año en silencio vamos a record de ventas en España, Europa y en el mundo. La Fórmula E ya existe (vale no la ve nadie). Tesla ha reventado el tablero. Los chinos traen coches cada vez mejores y muy bien de precios. Loes europeos están electrificando su gama entera y Dios quiera que no lleguen tarde y se pongan las pilas. Y cada vez que un eléctrico adelanta en silencio a un coche de combustión, un cuñado pierde un argumento.
Lo que de verdad molesta no es que sean “lavadoras con ruedas”. Lo que molesta es que estas lavadoras te dejen atrás en un semáforo, no pasen por la gasolinera, no tengan que pagar impuestos de matriculación, no se gasten el sueldo en mantenimiento y, de paso, no conviertan el aire en un caldo tóxico para respirar.
Así que sí, llámalos lavadoras si quieres. Pero recuerda: mientras tú sigues afinando tu motor para que suene más fuerte, nosotros estamos ya en el ciclo de centrifugado… a 200 km/h.